Quiero compartir con ustedes la ocasión en que tuve intimidad en un parque, realmente yo no esperaba que sucediera y menos con la persona que sucedió, ya que lo había visto en repetidas ocasiones en el transporte público.
Yo no le prestaba atención pues era una persona que fácilmente era 15 a 20 años mayor que yo. En ese entonces yo tendría unos 23 años. Casualmente ese día había estrenado un vestido bastante bonito que me cubría por debajo de la rodilla, por lo que me sentía especialmente bonita.
Como de costumbre abordé el microbús y me senté en los lugares de adelante, por lo que no me percaté de quién estaba en la parte de atrás. Durante el camino empezó a llover muy fuerte por lo que me arrepentí de haber estrenado mi vestido, además de no llevar ni gabardina ni paraguas para enfrentar la situación.
Al llegar al sitio donde tenía que bajar, realmente llovía a cántaros y me bajé sabiendo que me esperaba una empapada, me dirigí a refugiarme debajo del toldo roto de una peluquería, pero de repente una sombrilla cubrió las grandes gotas que se colaban por las hendiduras de la lona y me di cuenta que el señor con el que con frecuencia coincidía en el transporte público, estaba a mi lado y sin decir palabra alguna, me colocó su gabardina para protegerme de la lluvia.
Me apretó a su pecho para brindarme más protección y me decía constantemente que parecía que la lluvia no terminaría nunca. Como veíamos que no amainaba, decidimos aventurarnos por en medio del parque para protegernos en el quiosco, el cual sería de mayor protección para evitar un tanto la lluvia, un tanto más el frío, y así lo hicimos, él me tomó de la cintura y puso su mano casi en mi cadera, lo cual lejos de molestarme, me pareció encantador.
En el trayecto al quiosco, no faltaron sobresaltos, charcos, piedras y demás obstáculos que hacían que la mano de mi salvador, brincara constantemente y cuando esto pasaba, notaba que en cuanto aterrizaba su mano en mi cadera no perdía la oportunidad de apretarme con suavidad y a veces con descaro, sin embargo, ya nada podía hacer, estaba feliz de sentirme protegida y al mismo tiempo seducida, por un total e imperfecto caballero.
Finalmente logramos llegar al quiosco y sin más me separé de esa mano traviesa que se había propasado tocando mi cadera con total descaro. De inmediato me senté en una banquita que se encontraba en el centro del quiosco, y aunque ahí logramos evitar la lluvia, un constante ventarrón helaba mis piernas, lo cual se hizo notar, pues estaban completamente erizados los pelitos de mis pantorrillas y sin más, frotó con rapidez sus manos contra mis pantorrillas provocando una deliciosa sensación que me recorrió todo el cuerpo.
Sin poder evitarlo, un gemido suave salió de mi garganta y un suspiro de alivio al sentir curiosamente la calidez de sus manos a pesar de tanto frío. Nuevamente me abrazó, me volvió a acurrucar entre sus brazos y frotaba mi espalda desde el hombro hasta donde desde luego mis caderas le esperaban.
Después me pidió que me levantara del asiento y empezó a acariciar mis caderas por debajo de la gabardina, acercándome con suavidad hacia él. Yo estaba como en un sueño, en el que no lograba comprender qué era lo que había pasado, pues estaba atrapada por las manos de un travieso caballero, quien me había salvado de la tormenta.
Los avances cada vez fueron más lejos, me apretaba con suavidad hacia su cuerpo al tiempo que sentía como subía mi vestido y lograba tocar mis muslos, yo en verdad lo estaba disfrutando y lejos de sentirme intimidada, me dejé llevar por todas sus caricias.
Así que empezó a besarme, primero la frente, luego las mejillas, suavemente empezó a besar mi cuello, era tal el deseo de sus besos que sin más fui yo quien buscó besarle en la boca. Fundiéndome en un beso tan prolongado y tan candente que ni el frío ni la lluvia parecían estar presentes.
Suavemente fue buscando mi calzón y con suavidad lo fue bajando hasta que logró zafarlos y yo para evitar que se cayeran, tuve que abrir mis piernas, y a la altura de mis rodillas logré atraparlos. Convenientemente apartó la gabardina, levantó el vestido y fue buscando con sus dedos el lugar donde mi humedad brotaba tan abundante que la lluvia no mojaba tanto.
Mi pendiente era solamente evitar que mi calzón cayera al piso, por lo tanto abría mis piernas para lograrlo, Eso permitió que lograra introducir sus dedos no tan solo en mi vagina, sino que también quisiera hurgar en cuanto orificio tenía a su alcance.
Yo ardía de deseo, yo quería sentirme poseída pero también quería evitar que mi calzón cayera al suelo y más abría mis piernas, sin más, sacó su pene, y sin dudarlo empezó a frotarlo contra mi piel, primero mis caderas, luego entre mis nalgas y finalmente se fue introduciendo dentro de mi hasta llenarme por completo de su miembro.
No sé qué tiempo duró, no sé cuántas veces mis piernas y mi cuerpo se vieron sacudidas por los orgasmos que uno tras otro llegaban y se hacían presentes, lo que sé, es que yo buscaba evitar que mi calzón cayera al piso.
Finalmente un gemido ronco y fuerte, al tiempo en que se estremecía el cuerpo de mi gentil caballero, fueron la prueba de que ya había terminado. Se quedó muy dentro, es más, empujaba más adentro, como si no quisiera salir de mi. La flacidez y la humedad en mi vagina dieron fin a tan inesperado encuentro.
Me subió los calzones, me acomodó el vestido; la lluvia había cesado y la noche había oscurecido al parque. Nadie nos vio, (al menos eso creo) me acompañó a mi casa y de un beso en mi boca se despidió, mostrando una hermosa sonrisa.
Anónimo
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